quarta-feira, 13 de maio de 2015

RECORDAÇÃO DA VISITA A FÁTIMA DE BENTO XVI HÁ 5 ANOS...MOMENTO ALTO DO SEU PONTIFICADO


RECORDAÇÃO DA VISITA A FÁTIMA DE BENTO XVI HÁ 5 ANOS...MOMENTO ALTO DO SEU PONTIFICADO





VIAGGIO APOSTOLICO IN PORTOGALLO
NEL 10° ANNIVERSARIO DELLA BEATIFICAZIONE
DI GIACINTA E FRANCESCO, PASTORELLI DI FÁTIMA
(11-14 MAGGIO 2010)

CELEBRAZIONE DELLA PAROLA
CON LE ORGANIZZAZIONI
DELLA PASTORALE SOCIALE

DISCORSO DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI

Chiesa della SS.ma Trindade - Fátima
Giovedì, 13 maggio 2010


Viaggio Apostolico in Portogallo - Santa Messa sulla Spianata del Santuario di N.S. di Fátima - 13 maggio 2010



VIAGGIO APOSTOLICO IN PORTOGALLO
NEL 10° ANNIVERSARIO DELLA BEATIFICAZIONE
DI GIACINTA E FRANCESCO, PASTORELLI DI FÁTIMA
(11-14 MAGGIO 2010)
SANTA MESSA


OMELIA DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI

Spianata del Santuario di Fátima
Giovedì, 13 maggio 2010

sábado, 4 de abril de 2015

L’angoscia di una assenza. Meditazioni sul Sabato Santo del cardinale Joseph Ratzinger

PRIMA MEDITAZIONE
zzzsbsnt1Con sempre maggior insistenza si sente parlare nel nostro tempo della morte di Dio. Per la prima volta, in Jean Paul, si tratta solo di un sogno da incubo: Gesù morto annuncia ai morti, dal tetto del mondo, che nel suo viaggio nell’aldilà non ha trovato nulla, né cielo, né Dio misericordioso, ma solo il nulla infinito, il silenzio del vuoto spalancato. Si tratta ancora di un sogno orribile che viene messo da parte, gemendo nel risveglio, come un sogno appunto, anche se non si riuscirà mai a cancellare l’angoscia subita, che stava sempre in agguato, cupa, nel fondo dell’anima. Un secolo dopo, in Nietzsche, è una serietà mortale che si esprime in un grido stridulo di terrore: «Dio è morto! Dio rimane morto! E noi lo abbiamo ucciso!». Cinquant’anni dopo, se ne parla con distacco accademico e ci si prepara a una “teologia dopo la morte di Dio”, ci si guarda intorno per vedere come poter continuare e si incoraggiano gli uomini a prepararsi a prendere il posto di Dio. Il mistero terribile del Sabato santo, il suo abisso di silenzio, ha acquistato quindi nel nostro tempo una realtà schiacciante. Giacché questo è il Sabato santo: giorno del nascondimento di Dio, giorno di quel paradosso inaudito che noi esprimiamo nel Credo con le parole «disceso agli inferi», disceso dentro il mistero della morte. Il Venerdì santo potevamo ancora guardare il trafitto. Il Sabato santo è vuoto, la pesante pietra del sepolcro nuovo copre il defunto, tutto è passato, la fede sembra essere definitivamente smascherata come fanatismo. Nessun Dio ha salvato questo Gesù che si atteggiava a Figlio suo. Si può essere tranquilli: i prudenti che prima avevano un po’ titubato nel loro intimo se forse potesse essere diverso, hanno avuto invece ragione.
Sabato santo: giorno della sepoltura di Dio; non è questo in maniera impressionante il nostro giorno? Non comincia il nostro secolo a essere un grande Sabato santo, giorno dell’assenza di Dio, nel quale anche i discepoli hanno un vuoto agghiacciante nel cuore che si allarga sempre di più, e per questo motivo si preparano pieni di vergogna e angoscia al ritorno a casa e si avviano cupi e distrutti nella loro disperazione verso Emmaus, non accorgendosi affatto che colui che era creduto morto è in mezzo a loro?leggere...

terça-feira, 17 de março de 2015

Benedicto XVI : el culto del Santísimo Sacramento constituye el ‘ambiente’ espiritual en el cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía.

- Homilía de Benedicto XVI en la misa del Corpus Christi -

Como todos los años en la solemnidad del Corpus Christi, el Santo Padre Benedicto XVI presidió   la Santa Misa en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán –Catedral de Roma– de la que el Papa es su Obispo.
El Papa reflexionó en su homilía sobre dos aspectos del Misterio eucarístico, entrelazados entre sí: el culto de la Eucaristía y su sacralidad.
Después de la ceremonia litúrgica, el Pontífice presidió la tradicional procesión eucarística desde la basílica de san Juan de Letrán a la basílica romana de Santa María la Mayor, a través de la Via Merulana. Y regresó a la Ciudad del Vaticano alrededor de las nueve y media de la noche.
Compartimos a continuación, el texto completo de su homilía de hoy:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Esta tarde, quisiera meditar con vosotros sobre dos aspectos, entrelazados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volver a tomarlos en consideración para preservarlos de visiones incompletas del mismo Misterio, como las que se han verificado en el pasado reciente.
Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia, que viviremos también esta tarde, después de la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y cuando termine. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo prácticamente la Eucaristía al momento de la celebración. En efecto, fue muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne alrededor de la dúplice mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo alimenta y lo une a Sí, en la oferta del Sacrificio. 

Esta valoración de la asamblea litúrgica, en la que el Señor obra y realiza su misterio de comunión, permanece naturalmente válida, pero se debe colocar en su justo equilibrio. En efecto – como sucede a menudo – queriendo subrayar un aspecto, se acaba con sacrificar otro. En este caso, la acentuación realizada sobre la celebración de la Eucaristía ha disminuido la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús eucaristía sólo en el momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y, de este modo, se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros – una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como «Corazón que late» de la ciudad, del país y del territorio, con sus distintas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
En realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia la una contra la otra. Es precisamente, todo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento constituye el ‘ambiente’ espiritual en el cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si está precedida, acompañada y seguida por esta conducta interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. 

El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que Él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa y, luego, una vez que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, y sigue recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
En este contexto, me complace subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos en el mismo plano, de rodillas ante el Sacramento del Amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido varias veces en la Basílica de San Pedro y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes –recuerdo, por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente para todos que estos momentos de vigilia eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de forma que éste resulta más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que se acompaña de forma complementaria con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. 

No se pueden separar –van juntas– la comunión y la contemplación. Para comunicar verdaderamente con otra persona, tengo que conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y de veneración, de forma que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y, lamentablemente, si falta esta dimensión, también la misma comunión sacramental puede llegar a ser, de parte nuestra, un gesto superficial. Sin embargo, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decirle al Señor palabras de confianza, como las que resonaron hace poco en el Salmo responsorial: «Yo, Señor, soy tu servidor, tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor» (Sal 116, 16-17).Ahora quisiera pasar, brevemente, al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido, en el pasado reciente, un malentendido sobre el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana en lo que respecta al culto recibió el influjo de cierta mentalidad secularista, de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y permanece siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no se debe deducir que lo sagrado ya no existe, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que escuchamos esta tarde en la segunda Lectua, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, «Sumo Sacerdote de los bienes futuros» (Hb 9, 11), pero no dice que el sacerdocio haya terminado. Cristo «es mediador de una Nueva Alianza» (Hb 9, 15), establecida en su sangre, que purifica «nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte» (Hb 9, 14). Él no abolió lo sagrado, sino que lo llevó a su cumplimiento, inaugurando un culto nuevo, que aun siendo verdaderamente espiritual, mientras estemos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y de ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde ya no habrá ningún templo (cfr Ap 21,22) ¡Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me complace también subrayar que lo sagrado tiene una función educativa y que su desaparición empobrece, inevitablemente, la cultura, en particular, la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada, que no requiera signos sagrados, se aboliera esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma quedaría ‘mermado’ y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O, pensemos también en una mamá y en un papá que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad, acabarían por dejar el campo libre a tantos subrogados presentes en la sociedad del consumo, a otros ritos y a otros signos, que con mayor facilidad se pueden volver ídolos. Dios, nuestro Padre, no hizo lo mismo con la humanidad: envió a su Hijo al mundo, no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. De este modo, Él se puso a Sí mismo en lugar de los sacrificios antiguos, pero lo hizo en el interior de un rito, que mandó perpetuar a los Apóstoles, como signo supremo y verdadero de lo Sagrado, que es Él mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, nosotros celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén 

sábado, 14 de março de 2015

SUA SANTIDADE BENTO XVI : a relação com Deus é essencial na nossa vida. Sem ela, falta-nos a relação fundamental, que só se realiza no falar com Deus, na oração pessoal diária e com a participação nos Sacramentos





SUA SANTIDADE BENTO XVI : a relação com Deus é essencial na nossa vida. Sem ela, falta-nos a relação fundamental, que só se realiza no falar com Deus, na oração pessoal diária e com a participação nos Sacramentos

 
PAPA BENTO XVI
AUDIÊNCIA GERAL
Castel Gandolfo
Quarta-feira, 1° de Agosto de 2012


Santo Afonso Maria de Ligório e a oração

Queridos irmãos e irmãs!

Celebramos hoje a memória litúrgica de santo Afonso Maria de Ligório, Bispo e Doutor da Igreja, fundador da Congregação do Santíssimo Redentor, Redentoristas, padroeiro dos estudiosos de teologia moral e dos confessores. Afonso é um dos santos mais populares do século XVIII, devido ao seu estilo simples e imediato e à sua doutrina sobre o sacramento da Penitência: num período de grande rigorismo, fruto da influência jansenista, ele aconselhava aos confessores que administrassem este Sacramento manifestando o abraço jubiloso de Deus Pai, que na sua misericórdia infinita não se cansa de acolher o filho arrependido. A celebração hodierna oferece-nos a ocasião para reflectir sobre os ensinamentos de santo Afonso acerca da oração, extremamente preciosos e cheios de alento espiritual. Remonta ao ano de 1759 o seu tratado Do grande meio da Oração, que ele considerava o mais útil de todos os seus escritos. De facto, descreve a oração como «o meio necessário e seguro para alcançar a salvação e todas as graças das quais temos necessidade» (Introdução). Nesta frase está sintetizado o modo afonsiano de compreender a oração.

Antes de tudo, afirmando que é um meio, chama-nos para a meta a alcançar: Deus criou-nos por amor, para nos poder doar a vida em plenitude; mas esta meta, esta vida plena, por causa do pecado afastou-se, por assim dizer — como todos sabemos — e só a graça de Deus pode torná-la acessível. Para explicar esta verdade basilar e fazer entender de modo directo como é real para o homem o risco de «se perder», santo Afonso cunhou um famoso axioma, muito elementar, que diz:«Quem reza salva-se, quem não reza condena-se!». Comentando esta frase lapidar, acrescentava:«Enfim, salvar-se sem rezar é dificílimo, aliás impossível... mas rezando a salvação é algo garantido e facílimo» (II, Conclusão). E ainda: «Se não rezarmos, não teremos desculpas, porque a graça de rezar é concedida a cada um... se não nos salvarmos, toda a culpa será nossa, porque não rezámos» (ibid.). Portanto, ao dizer que a oração é um meio necessário, santo Afonso desejava fazer compreender que em cada situação da vida não se pode deixar de rezar, sobretudo nos momentos de provação e dificuldadeDevemos sempre bater à porta do Senhor, conscientes de que Ele cuida dos seus filhos, de nós, em tudo». Por conseguinte, somos convidados a não ter medo de recorrer a Ele e de lhe apresentar com confiança os nossos pedidos, na certeza de que obteremos aquilo de que precisamos.

Queridos amigos, esta é a questão central: o que é deveras necessário na minha vida? Respondo com santo Afonso: «A saúde e todas as graças que lhe são essenciais» (ibid); naturalmente, ele entende não só a saúde do corpo mas antes de tudo da alma, que Jesus nos doa. Mais do que qualquer coisa, temos necessidade da sua presença libertadora que torna deveras plenamente humana, e portanto cheia de alegria, a nossa existência. E só através da oração podemos acolhê-Lo, a sua Graça que, iluminando-nos em todas as situações, nos ajuda a discernir o verdadeiro bem e, fortalecendo-nos, torna eficaz também a nossa vontade, isto é, torna-a capaz de actuar o bem que conhecemos. Muitas vezes reconhecemos o bem, mas não somos capazes de o levar a cabo. Com a oração conseguimos realizá-lo. O discípulo do Senhor está consciente de que se encontra sempre exposto à tentação e não deixa de pedir ajuda a Deus na oração para a vencer.

Santo Afonso menciona o exemplo de são Filipe Néri — muito interessante — que «desde o primeiro momento quando despertava de manhã, dizia a Deus: “Senhor, mantende hoje as mãos sobre Filipe, pois caso contrário Filipe atraiçoar-vos-á”» (III, 3). Grande realista! Ele pede a Deus para manter a sua mão sobre ele. Também nós, conscientes da nossa fragilidade, devemos pedir a ajuda de Deus com humildade, confiando na riqueza da sua misericórdia. Num outro trecho, santo Afonso diz: «Nós somos pobres de tudo, mas se pedirmos já não seremos pobres. Nós somos pobres mas Deus é rico» (II, 4). E, nas pegadas de santo Agostinho, convida cada cristão a não ter medo de pedir a Deus, com as orações, a força que não possui, e que lhe é necessária para fazer o bem, na certeza de que o Senhor não nega a sua ajuda a quem lha pede com humildade (cf. III, 3). Prezados amigos, santo Afonso recorda-nos que a relação com Deus é essencial na nossa vida. Sem ela, falta-nos a relação fundamental, que só se realiza no falar com Deus, na oração pessoal diária e com a participação nos Sacramentos, e assim esta relação pode crescer em nós, pode aumentar em nós a presença divina que orienta o nosso caminho, que o ilumina e o torna seguro e sereno, até no meio das dificuldades e perigos. Obrigado!